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En los últimos años, España ha experimentado una auténtica revolución en el consumo, donde las marcas blancas han pasado de ser una alternativa económica a convertirse en una opción dominante en el mercado. Esta transformación está cambiando por completo la cesta de la compra del consumidor español y plantea un desafío sin precedentes para las marcas tradicionales.
Actualmente, casi el 50% del gasto en alimentación en España corresponde a productos de marca blanca, una cifra que se viene incrementando de forma constante y que, de mantenerse la tendencia, podría alcanzar el 50% entre 2028 y 2029, superando a las marcas tradicionales en cuota de mercado[1][2].
Este fenómeno se ha acelerado en la última década, impulsado por múltiples factores como la crisis económica, la inflación persistente y la creciente conciencia de los consumidores sobre la relación calidad-precio[2].
Una de las claves del crecimiento de las marcas blancas es que las cadenas de distribución controlan toda la cadena de valor: desde el diseño de la receta, el proceso de fabricación, hasta la distribución y venta final, eliminando intermediarios. Esto les permite ofrecer precios competitivos y obtener márgenes superiores, una ecuación que resulta mucho más compleja para las marcas tradicionales[1].
Si bien algunas marcas blancas han elevado sus precios considerablemente en los últimos años, el consumidor percibe mejoras en calidad y presentación. En muchos casos, la mejora ha sido más de packaging y percepción que de cambios reales en los ingredientes. No obstante, esta evolución ha permitido que el consumidor pague más por productos que antes costaban la mitad, aunque sigan categorizándose como «marca blanca»[1].
Además, las marcas blancas están respondiendo a tendencias como la demanda de productos premium, orgánicos o con valor añadido, haciendo que los consumidores de mayores ingresos también muestren interés por ellas, no solo por motivos de precio[2].
El auge de las marcas blancas está teniendo un impacto económico notable. En 2023, estas marcas contribuyeron con un 3,3% al Producto Interior Bruto (PIB) español, un incremento significativo frente al 2,4% de 2020[4].
Sin embargo, este crecimiento también ha generado preocupaciones entre los fabricantes tradicionales. La Asociación de Fabricantes Promarca ha señalado que, aunque las ventas aumentan, el valor añadido generado por cada euro gastado en marca blanca ha disminuido, pasando de 0,21 euros en 2019 a 0,19 euros en 2023, lo que sugiere una cierta «destrucción neta de valor» económica e innovadora[4].
Las marcas convencionales enfrentan ahora su mayor amenaza: competir contra cadenas que controlan los productos y los canales de distribución. Además, desde Promarca se advierte sobre un déficit en innovación causado por la fuerte presencia de las marcas blancas. En 2023, según este colectivo, Mercadona no introdujo novedades en sus estanterías que no fueran de su propia marca blanca, afectando la variedad y la innovación en el sector[6].
Este fenómeno representa una batalla entre el enfoque tradicional de marcas reconocidas y la estrategia integrada de las cadenas con sus propias marcas, que ofrece precios competitivos y gran control del mercado, incluyendo:
La tendencia apunta a que este modelo de distribución y consumo seguirá consolidándose. De hecho, España se está acercando al modelo alemán, donde las marcas blancas llevan años siendo la referencia dominante en el retail alimentario, con cuotas que superan a las marcas tradicionales[1].
Para mantenerse competitivas, las marcas tradicionales tendrán que adaptarse y evolucionar, ofreciendo no solo calidad, sino innovación y propuestas de valor que justifiquen su precio frente a la creciente confianza que los consumidores depositan en las marcas del distribuidor.
El fenómeno de las marcas blancas no solo es una cuestión de ahorro económico sino que se está configurando como una opción inteligente, con productos que cada vez responden mejor a las demandas de sostenibilidad, digitalización y calidad que el consumidor actual exige[2][7].
España ha adoptado con fuerza la revolución de las marcas blancas, que ya dominan casi la mitad del carrito de compra y continúan ganando terreno. Este cambio supone un reto para las marcas tradicionales, que deben reinventarse para competir contra cadenas que controlan toda la cadena de valor y ofrecen productos competitivos y adaptados a nuevas exigencias.
En este escenario, las marcas blancas no solo representan una alternativa económica, sino una opción confiable y en crecimiento que seguirá moldeando el mercado de gran consumo en España durante los próximos años.
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